Como es de público conocimiento, todos los 8 de marzo se conmemora el día de la mujer trabajadora para recordar a las 129 mujeres que fallecieron en un incendio de una fábrica de Nueva York luego de una huelga. Estas mujeres, reclamaban la misma remuneración que percibían sus compañeros varones, algo por lo que lamentablemente en muchos sectores debemos seguir luchando.

La ciencia económica, sigue teniendo un gran componente masculino entre sus máximos referentes tanto en la historia como en la coyuntura. Por ejemplo, la gran mayoría de los lectores habrán escuchado nombrar a John Maynard Keynes pero muy pocos a Joan Robinson que fue una de sus colaboradoras y que formó parte de la escuela poskeynesiana de Cambridge. 

No obstante, muchas mujeres economistas trabajan diariamente por dar una perspectiva feminista a esta ciencia. Es por eso que la economía feminista es la corriente de pensamiento dentro de la economía que pone énfasis en la necesidad de incorporar a las relaciones como una variable clave en el funcionamiento de la economía y de la diferente posición de los varones y de las mujeres como agentes económicos. Esta corriente del pensamiento, de manera conceptual se ve en la economía del cuidado que tiene como objetivo medir y visibilizar el cuidado e incorporar a sus sectores proveedores (ya sean estos remunerados o no).

Todas las personas, cuando finalizamos nuestra jornada laboral en el mercado, realizamos algún tipo de trabajo reproductivo. Ellas consisten en actividades imprescindibles para el mantenimiento de nuestros familiares ya que son tareas relacionadas con el cuidado del hogar y de la familia. Este es uno de los temas que estudia la economía del cuidado ya que estas tareas históricamente las han desempeñado las mujeres y no se valora económicamente a las personas que cuidan en el ámbito familiar. 

Muchas veces, las mujeres jóvenes se dedican a las tareas de cuidado no remuneradas ya que son el estrato de la población a la que más le cuesta insertarse en el mercado laboral. Las mujeres suelen tener puestos de trabajos más precarios (hoy la informalidad en las mujeres es del 39%) y con peor remuneración. En la economía feminista, esto se conoce como suelo pegajoso. El problema es que una vez que las mujeres despegan de ese suelo, tienen dificultades para acceder a cargos directivos, esto se denomina techo de cristal y es un bloqueo a las aspiraciones profesionales de las mujeres y está instaurado por cuestiones sociales y culturales, que son difíciles de deconstruir.

También las mujeres se enfrentan a muros invisibles (conocidos como paredes de cristal) que segmentan el desarrollo de las mujeres centran en sectores peores remunerados de la economía, manteniendo una preponderancia masculina en áreas relacionadas con las finanzas, la tecnología y la ingeniería. Por ejemplo, y según un estudio de FLACSO y UNESCO (2017) entre los seis y los ocho años nueve de cada diez niñas asocian a la ingeniería con actividades masculinas. Asimismo, a esa edad el 30% de los niños/as se consideran buenos/as para la matemática pero a la edad de 10 años esta proporción cae a 20% para las niñas y a 11% para los niños.  Esta situación da cuenta del poder de los estereotipos de género basados en construcciones sociales para modelar la conducta de las mujeres desde niñas.

Algunos de estos cambios culturales ya se vieron reflejados paulatinamente ya que se observó un descenso de la tasa de natalidad del 34% entre 2014 y 2020. Entre las razones que explican esto es que cada vez más mujeres no quieren abandonar su carrera laboral para maternar, un mayor acceso a la anticoncepción y la ampliación de derechos reproductivos.

Es por eso que un verdadero feliz 8M va a ocurrir cuando la vida de todos/as sea un poco más completa, cuando las mujeres tengan empleos plenos de derecho y un acceso igualitario a cargos jerárquicos y cuando los varones cuiden a la par de sus compañeras.

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Por Noelia Torres

Docente de Economia UBA-UNDAV. Economista de Paridad en la Macro. Integrante de LISTA VERDE.

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